Vicente Magro
Resulta curioso que cuando más se están mejorando las tecnologías y la ciencia está introduciendo mejoras para que sean utilizadas por los ciudadanos en sus relaciones personales, así como en las profesionales, existan por muchas personas, cada vez más, rechazo y una especie de miedo atroz a poner en sus vidas y utilizar las nuevas tecnologías, sobre todo las que nos permiten facilitar la comunicación entre las personas. Y resulta más curioso que después de haber vivido todos el drama de la pandemia y las limitaciones de movilidad que tuvimos desde un primer encierro de tres meses en nuestras casas y más tarde una evolución por zonas que nos limitaban ir de un sitio a otro existan personas que sigan apostando por negar el uso de las tecnologías y se mantengan en los sistemas tradicionales de reuniones presenciales y se descarte absolutamente el uso de metodologías como las reuniones vía plataformas telemáticas, el uso de las votaciones electrónicas y todos aquellos sistemas que permiten implantar sistemas de comunicación usando las tecnologías.
Pero la cuestión es que detrás de esta negativa a utilizar las tecnologías está el miedo a lo desconocido y a querer seguir utilizando sistemas tradicionales “más cómodos” para los que se niegan a utilizar las tecnologías por no querer dar ese salto adelante que mejoraría sus relaciones tanto personales como profesionales.
También es cierto que la legislación no ha ayudado mucho para que el uso de las tecnologías se aplique en mayor medida en todas las relaciones entre los ciudadanos, porque, ciertamente, no se ha “aprovechado” lo que se debiera la pandemia para aprobar nuevas leyes que habilitaran el uso de plataformas de comunicación para validar cualquier tipo de actos, contratos, reuniones, etc. No obstante, ello en muchas de las relaciones entre personas tampoco se exigiría una ley que lo habilitara, ya que el uso de plataformas de comunicación simplemente es la forma en la que se lleva a cabo una reunión, o se pueden llevar a cabo actos o negocios jurídicos, pero siempre que no concurran causas de nulidad sobre los mismos que invaliden el consentimiento, la forma en la que se celebren por llevarse a efecto por medio de las tecnologías no lo invalidan. En cualquier caso, sería deseable que se aprobara una ley integral sobre el uso de las tecnologías en las relaciones entre los ciudadanos que pudiera aplicarse a todas y cada una de las que llevan a cabo en sus actuaciones diarias.
En muchos casos resulta que algunos ciudadanos ven complicado el uso de las tecnologías porque les da miedo no saber cómo funcionan, o el trabajo que piensan que les va a suponer aprender sobre su utilización, o que no funcionen debidamente. Y, por ello, son reacios a su utilización y llegan a poner todas las pegas posibles, tratando de “justificar” su no utilización con argumentos que buscan para excusarse en su no uso.
Las Administraciones Públicas, sin embargo, en su mayoría sí que están apostando por las tecnologías de la comunicación y en la documentación, pero, sin embargo, muchos profesionales se niegan a ello, y, claro está, encuentran problemas cuando alguna Administración les exige el uso de tecnologías.
Por otro lado, no hay que olvidar que aquellos profesionales que se escudan en excusas personales para no apostar por el uso de las tecnologías no son conscientes de que se están quedando atrás en la prestación de sus servicios profesionales, y que, frente a ellos, otros profesionales sí que están introduciendo en sus despachos las tecnologías, con lo que los primeros se están quedando atrás en su nivel de competitividad en la oferta de los servicios a sus clientes, porque estos siempre elegirán, cuando deban hacerlo, a aquél que trabaja con tecnologías que aquellos otros que no lo hagan porque se están quedando anticuados.
Por ello, esta no es una cuestión en la que se pueda ejercer una especie de derecho de opción a usar tecnologías, o no hacerlo, sino que se trata de una exigencia personal y profesional frente a la que no caben excusas de ningún tipo. Porque la mejora en el desempeño de cualquier actividad ya no puede estar anclada solo en papeles o reuniones presenciales, sino que lo virtual y lo electrónico supone una mayor efectividad, eficiencia y eficacia en los resultados de nuestra actividad diaria. Y si algo nos enseñó positivamente el COVID 19 fue, precisamente, esto. Una pena que tuviera que llegar para darnos cuenta, pero aprovechemos la enseñanza…