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El presidente de la comunidad ha vendido su casa, ¿quién le sustituye?

En la actualidad, soy vicepresidente de la comunidad de vecinos. La persona que ostenta la presidencia ha vendido su casa y el nuevo copropietario todavía no vive en ella

Explicaría lo del coronavirus a los mayores como lo deberían hacer los responsables, siendo claros. Es una enfermedad emergente, altamente transmisible y causante de una mortalidad baja pero no despreciable. Por ahora no hay vacunas y las opciones de tratamiento son limitadas, por lo que los pacientes más graves suelen requerir oxígeno o, incluso, cuidados intensivos. Y para evitar que los servicios hospitalarios se saturen, es fundamental ralentizar la epidemia, para lo que, a su vez, será necesario reducir los movimientos de personas y evitar los contactos sociales.

Coronavirus más y menos graves

Los coronavirus son muchos, en su mayoría limitados a sus hospedadores animales, frecuentemente murciélagos. Algunos, al menos cuatro, se han adaptado muy bien al hombre y causan resfriados. Otros se han adaptado a cerdos y a otras especies. Pero algunas veces, hay coronavirus nuevos que ‘saltan’ de los murciélagos a las personas, normalmente a través de algún intermediario, como ocurrió con el SARS (‘severe acute respiratory syndrome’) en 2002 o el MERS (‘Middle East respiratory syndrome’) en 2012 con civetas y dromedarios, respectivamente. Estos virus de adaptación más reciente a las personas son más peligrosos, bien por su letalidad o bien por su transmisibilidad.

El MERS se lleva la palma en letalidad, con un 35%, seguido de SARS, con el 10%. El coronavirus es mucho menos letal, pero muy transmisible

MERS, el de los dromedarios de 2012, se lleva la palma en letalidad, con un 35%, seguido de SARS, el de las civetas de 2002, con un nada despreciable 10%. Comparado con ellos, el nuevo coronavirus emergido en diciembre de 2019 en Wuhan, China, es mucho menos letal, más cerca del 1% y posiblemente aún menor. Pero, a cambio, es enormemente transmisible.

Un virus muy contagioso

El coronavirus SARS-CoV-2002 causó unos 8.000 casos, el MERS-CoV-2012 solamente 2.600, y, en cambio, el nuevo SARS-CoV-2 de Wuhan (también llamado Covid-19) ya hace días que superó la barrera de los 100.000 infectados. La tasa reproductiva del nuevo coronavirus es elevada, seguramente mayor que la de los anteriores coronavirus emergentes y desde luego mayor que la del virus de la gripe. Y esta es la explicación de la preocupación de los epidemiólogos.

No se trata de un virus con mucha mortalidad, sino de un virus con muchísima capacidad de transmisión, que da lugar a muchos casos en poco tiempo. Muchos casos multiplicados por relativamente poca mortalidad, siguen dando lugar a demasiadas muertes: cerca de 4.000 hasta el momento, cuando ni SARS ni MERS llegaron a superar el millar.

Objetivo: no saturar el sistema de salud

Pero el problema no queda ahí. El mayor reto está en cómo encajar un número de pacientes en crecimiento exponencial con los recursos, siempre limitados, de nuestros sistemas sanitarios. El número total de camas de enfermos críticos adultos en España es de 5.000 (10/100.000 habitantes), de las que el porcentaje de ocupación, además, es elevado (un 79% en 2008).

Una joven con mascarilla, en el Hospital Universitario de Álava en Vitoria. (EFE)Una joven con mascarilla, en el Hospital Universitario de Álava en Vitoria. (EFE)

Si los casos graves, aquellos que necesitan cuidados intensivos, aumentasen exponencialmente en poco tiempo, pronto se agotarían las camas disponibles y se generarían situaciones angustiosas para pacientes y familiares, como está a punto de ocurrir en Italia. ¿Podremos salir de ese laberinto?

La solución viene de China

La solución, igual que el virus, viene de China. Dos medidas han permitido reducir significativamente el número diario de nuevos casos en ese país, y limitar la expansión geográfica del virus: la restricción de movimientos y la evitación de contactos sociales. Italia ha copiado esta estrategia en los últimos días y será interesante ver el efecto de estas medidas en comparación con otros países próximos.

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Entre ellos, el nuestro, que aún están pensándose los pasos a seguir. Tampoco es una idea nueva. En Estados Unidos, durante la epidemia de gripe de 1918, las ciudades que cerraron escuelas, iglesias, teatros y eventos tuvieron menos mortalidad y casos más espaciados en el tiempo, frente a aquellas otras que no restringieron los contactos sociales.

¿Qué va a pasar ahora?

Entonces, ¿qué cabe esperar en las próximas semanas? Pues un crecimiento exponencial de los casos en la mayoría de los países, con serio riesgo de superar la capacidad de los sistemas de salud. La buena noticia, además de otras ya conocidas, es que sabemos qué hacer para ayudar a que el número de casos sea menor y crezca de forma menos explosiva: actuar sobre los movimientos de personas y sobre sus interacciones sociales, nos guste o no.

Cabe esperar, por tanto, medidas de intervención que afectarán a nuestra actividad (desplazamientos, centros de enseñanza y trabajo, reuniones) y a nuestras relaciones sociales (eventos, ocio) durante un tiempo indeterminado. Y, seamos claros, habrá un impacto económico significativo, unido a unas protestas y un descontento que serán tanto mayores cuanto menor sea la percepción de que hay una intervención planificada y efectiva ante esta emergencia. La esperanza es alcanzar pronto una ‘inmunidad de grupo‘, el punto en el que el virus ya no encuentra suficientes nuevos individuos susceptibles, y retornar a la normalidad.

Lo que puede hacer cada uno

El mayor riesgo lo corren las personas mayores. Algunos, muy prudentes, ya han sustituido el teatro, los conciertos o las actividades que reúnen a muchas personas por paseos en solitario; y han renunciado a las comprillas del día a día para hacer la compra una sola vez por semana. Esa es una forma eficaz de reducir los contactos. En las interacciones imprescindibles con otras personas, conviene evitar el contacto físico y mantener en lo posible las distancias, aunque parezca de mala educación. En Madrid ya se han restringido las visitas a las residencias de mayores, y es probable que esta medida se extienda pronto al resto de España.

Funcionarios toman la temperatura de los ciudadanos que llegan al aeropuerto internacional El Dorado. (EFE)Funcionarios toman la temperatura de los ciudadanos que llegan al aeropuerto internacional El Dorado. (EFE)

Los niños y jóvenes, en comparación, corren muy poco riesgo, pero pueden ser una fuente de contagio para otros. Por eso, y porque los jóvenes son especialmente dados a las interacciones sociales, es importante que también ellos cambien por un tiempo su estilo de vida. Por el bien de todos, conviene evitar eventos y grupos más allá de lo estrictamente necesario, al menos por unas semanas.

Los niños y jóvenes corren muy poco riesgo, pero pueden ser una fuente de contagio para otros

Además, en cualquier edad, es importante maximizar las medidas de higiene elementales, como el lavado de manos, y usar pañuelos desechables al estornudar o toser. Estar atentos a posibles signos de enfermedad como tos, congestión nasal, dolor de garganta, fiebre o malestar, o incluso diarrea.

En ese caso, es preferible no acudir inmediatamente al centro de salud sino quedarse en casa y llamar al centro de salud para informar de los síntomas y de cualquier contacto reciente con personas infectadas, o viajes a zonas de riesgo. Es importante avisar a familiares y amigos y vigilar la fiebre. Lo ideal es intentar pasar el episodio, como haríamos ante otros episodios parecidos, sin acudir al hospital.

La hospitalización solo conviene en casos graves, por ejemplo, ante una dificultad respiratoria. Todo sea para contribuir, en la medida de lo posible, a reducir la circulación del virus y evitar la saturación de los servicios de salud. Si todos, jóvenes y mayores, contribuimos a reducir el número de contagios y evitamos saturar los servicios de salud, pasaremos esta epidemia con holgura, y con muchas lecciones aprendidas para la próxima.

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